DE P.PENA 15-07-2022
La fugacidad, la rapidez de vértigo
con que se suceden en esta España nuestra los acontecimientos relacionados con
la política y sus avatares hace que no prestemos apenas la atención debida a
cuestiones truculentas y por tanto que
no intervengamos o no reaccionemos como merecen. Semana a semana quien les
habla tiene ante sí la duda de elegir entre lo malo y lo peor. Evidentemente
hay también cosas positivas pero , como es sabido, lo negativo siempre resalta
.
El debate de la nación- o el debate
sobre España como debiera llamarse- que ha anunciado importantes medidas
reformistas y de apoyo a los más vulnerables que somos la mayoría, no incluye el debate sobre la corrupción en España
sea esta de carácter político o
económico. Es la corrupción en cualquiera de sus vertientes o actores algo que
a lo que desgraciadamente estamos tan acostumbrados que no dura una semana en
nuestra memoria y por tanto destinada al olvido. Quiero referirme por ello a
dos casos recientes, uno de carácter más político en sentido institucional; el
otro de carácter delictivo también pero referido a la clase empresarial de alto
abolengo e ilustre prosapia: las constructoras nacionales.
Lo de un tipo llamado Villarejo, un
policía delincuente y despechado que está soltando ahora todo lo que él mismo fabricó
con una máquina de fabricar mentiras del
propio Estado es de traca. Pero lo peor no era su capacidad de hacer el
mal, sino que la basura que fabricaba fuera alentada por la ministras y secretarias generales del anterior Gobierno y sus mentiras, aventadas sin descanso, por
medios de comunicación que se prestaban a darle a la manivela , tertulianos,
columnistas, comentaristas, analistas, cronistas, articulistas, presentadoras
de televisión. El vocerío no estaba solo, no era espontáneo ni clamaba en el
desierto: a la sombra de la cloaca estaban políticos en ejercicio, banqueros,
jueces, empresarios, consejeros delegados, comisionistas, altos cargos. La
derecha patriótica se empleó a fondo en la compra de acciones de un relato que
sabían falso. Se trataba de dinamitar la fuerza de una izquierda a la que se
negaba su mera existencia. Se trataba de que ese relato cobrara cuerpo hasta
que la opinión pública diera por verdadera las mentiras.
Ahora confiesa y difunde que todo era
falso. Pero el daño está hecho. Acuérdense de la historia de la gallina desplumada.
No cito nunca siglas y tampoco lo voy a hacer ahora. Pero les
supongo informados de la cuestión a la que me refiero. Y sobre todo , mi
denuncia poco o nada tiene que ver con las simpatías o antipatías de los
interesados. Tiene que ver con la democracia y tiene que ver con España donde
pasan cosas como esta.
Otro asunto turbio no , directamente
obsceno y mafioso tiene que ver con el hecho conocido estos días de que las
mayores empresas españolas de la construcción se confabularon durante 25 años ,
hasta 2017, para repartirse miles de
licitaciones de obras públicas. Durante al
menos un cuarto de siglo, que se dice
pronto, afanaron los grandes contratos
de infraestructuras del país, con el más que probable detrimento patrimonial a
los ciudadanos, y cerraron el paso a cientos de empresas menos poderosas que
creían que podían competir por una tajada del pastel porque alguien les había
contado que en los países serios existe eso que llaman libre competencia.
El ‘modus operandi’ de este cartel de la contratación, podría servir de
guion para una nueva novela de Mario Puzo, ya saben, el autor de El Padrino y
sus mafias. No pretendo, líbreme Dios de semejante afrenta, acusar a los
constructores de constituir una mafia; simplemente les cuento cómo actuaban: se
reunían semanalmente para analizar las licitaciones de obra pública en todo el
Estado. En las reuniones –es una lástima que no tengamos vídeos de esas
cumbres, que en las novelas de Puzo se solían celebrar en restaurantes
italianos-, las empresas decidían los concursos en que iban a compartir los
trabajos, ya fuera en subgrupos o todas a una como Fuenteovejuna.
Asalta la curiosidad es cómo fue posible que este concierto
para manipular el mercado se prolongara durante tantos años sin que interviniesen
las autoridades competentes. Y no conocemos si prevé la Fiscalía del Estado actuar de
oficio para establecer posibles ramificaciones delictivas, que es lo más normal
del mundo. Por ejemplo, que, por falta
de una competencia real, se hayan alterado al alza los precios de las obras con
el consiguiente perjuicio para las arcas públicas. ¿Tienen algo que decir el Gobierno y los
partidos políticos sobre este escandaloso caso?
Quisiera ser más optimista. Pero de lo que les hablo es de los poderes inmutables del Estado. No de
esos con los que Montesquieu nos ha mantenido entretenidos durante tres siglos.
Así que esto era el capitalismo, el libre mercado y todo eso.
Traten de pasar un verano fresquitos. No se me ocurre mejor
deseo.
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