EL ALBAÑAL NACIONAL 14-11-2025
Es un lujo leer todos los
domingos la columna de Manuel Vicent en
El País. Personalmente la espero impaciente los fines de semana. Y es lo
primero que leo y releo. Sus columnas son breves, elegantes, intensas. No
tienen desperdicio. Y ejemplarizan no sólo la mejor literatura sino el mejor análisis de la realidad
española. La de esta semana , por ejemplo, que titula ¿ A dónde agarrarse?
es un ejemplo de lo que digo.
Refiere en ella Manuel
Vicent que en los diferentes corrillos
de este país ya sean tertulias o pseudo
debates , ya sean televisados o radiados, se suele hablar de la política
española en unos términos escatológicos como
si este país fuera una alcantarilla donde las tripas andan revueltas de azmizcles y detritus de los que piensan
diferente que nosotros. De tal forma que estos voceros parecen ser , en
realidad, poceros que chapotean en el albañal
y el fango al tiempo que parecen disfrutar de estar tan cabreados.
En este país, aquí y ahora ,
es frecuente asistir un día sí y otro también a una especie de competición para ver quién ahonda más en la degradación en que,
al parecer, estamos sumidos. Que si las grumosas memorias del exrey Juan
Carlos, que si el enredo judicial del fiscal general del Estado, que si las furcias
de Koldo, que si el novio de Ayuso, que
si el misterio de El Ventorro, que si los cánceres caducos de Bonilla y un
largo etcétera.
En este país el apocalipsis
se ha vuelto conversación de sobremesa. No solo en la política o en los templos
del poder, llamadas redes; también en las terrazas, donde entre sorbo y sorbo
se repite que todo va mal, aunque el sol siga saliendo con puntualidad y el
bronceado del verano se mantenga. Se habla del desastre con tono grave, casi
ceremonioso, como si anunciar el fin otorgara cierta autoridad.
El pesimismo se ha convertido en un signo de distinción. La oposición lo agita
con rabia y con consignas, las élites lo celebran copa en mano, y muchos lo
repiten como un credo que les exime de hacer nada. Criticar sin mover el culo
es para algunos un deporte y un arte
nacional.
Y, sin embargo, bajo tanto
lamento, la vida continúa: se trabaja, se inventa, se resiste. Nada heroico,
pero real. ¿Dónde agarrarse, entonces? ,se plantea Vicent. Quizá en esa normalidad obstinada que no sale
en los titulares. Porque mientras unos se empeñan en anunciar el hundimiento,
otros -sin aspavientos- simplemente intentamos seguir a flote.
Recomienda Vicent recurrir al salvavidas de la Cultura como método para sobrevivir, un asa a la que
agarrarse pero- añado yo- los salvavidas
no sólo están en el ámbito de la cultura y de la ciencia sino en todos aquellos seres humanos que se resisten a diario a ser confundidos con los
patriotas de tres al cuarto.
Cuando contemplamos la pobreza
intelectual y la miseria moral de algunos políticos nacionales y de agoreros de
plumilla, obsesionados ellos con hacer
zozobrar esta barquita llamada democracia, deberíamos tener bien presente que
todo tiene su medida. Cuidado con ser tan autodestructivos porque quemarlo todo y decir que ya
nada sirve no soluciona nada y solo empeora las cosas. En la vida personal
la autocrítica excesiva solo nos destruye más, y en la vida colectiva verlo
todo mal, solo trae más angustia y desesperación.
A nuestra democracia sin duda mejorable hay que
exigirle que pare los excesos y acabe con la precariedad en ámbitos tan
sensibles como el trabajo, la cesta de la compra o en la dificultad de disponer
de un techo. Pero a la
democracia también hay que cuidarla y valorarla. A todo lo que tiene de bueno
también hay que prestarle atención, no vaya a ser que mañana sea tarde y se nos vaya por el albañal. Atentos
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