viernes, 26 de septiembre de 2025

 

NO ECHAR PAN A LAS PALOMAS   28-07-2025

Es un dato irrebatible la progresiva y muy notoria invasión de palomas observable en parques , jardines y viario de cualquier ciudad española. Desvergonzadas, casi nos picotean los pies y ya hemos visto a alguna osada ventilarse el bocadillo de algún despreocupado infante. Nos sobrevuelan, nos gritan, nos asustan con su aleteo. Nos han perdido el respeto. ¡ Desagradecidas! Con la cantidad de miguitas de pan con la que les venimos alimentando durante tantos y tantos años. 

Mismamente, como hemos hecho con los fascistas, nazis, populistas, semifascistas, seminazis, y semipopulistas. O sea, con los fachas, término global que todos entendemos a la perfección. Y es que también ellos- como las palomas-  nos han perdido el miedo. Graznan sus repugnantes eslóganes y apenas se nos mueve un pelo  cuando salen a la calle armados de palos para matar moros o acabar con los maricones o las marimachos  o disparan a matar cuando los famélicos gazatíes salen a buscar un mendrugo de pan. Hemos bajado la guardia y como palomas agresivas, ruidosas y envalentonadas, han logrado que  lo irracional, lo salvaje, nos parezca casi normal.

Si nos estrujamos un poco la sesera podemos recordar que apenas si ha pasado un lustro, en el que las derechas europeas planteaban un círculo de seguridad –cordón sanitario lo llamaban- para impedir que los antidemócratas, los fanáticos de la extrema derecha, los émulos de Hitler, Mussolini o José Antonio nos comieran por los pies. Tenemos todo el derecho a pensar distinto, claman estos desalmados; a lo que responde de forma certera y  brillante José Antonio Marina en su libro  La Vacuna contra la estupidez: “El derecho a la libertad de creencias protege al individuo que cree, no al contenido de la creencia”. Vamos, que tenemos todo el derecho a despreciar las ideas de estos malnacidos que abogan por doblarnos la cerviz a los demócratas, por excluir a los pobres y llenar las alforjas de los ricos, por borrar la diversidad racial o cultural y, en definitiva ,  volver al ideario nazi.  

Es doloroso, sí, pero aún más lo es la complacencia o la indiferencia de la sociedad  civilizada que tiene ante sus ojos la barbarie de los violentos agresores, pero cobarde y miserable, mira hacia otro lado mientras sigue impertérrita sus rutinas , o peor, pueden algunos  incluso dudar si merecemos esas agresiones , aunque sean verbales.

Los alemanes , que tienen experiencia propia en nazismo, tienen una palabra interesante para estos ciudadanos conformistas o ciegos que no quisieron ver  los crímenes atroces del nazismo: Mitläufer. Pues bien, toda Europa, todo Estados Unidos, todo El Salvador y, en grado superlativo, todo Israel vive con ese término tatuado a fuego en la frente, Mitläufer. ¿Cómo definir a esos israelíes, jóvenes, maduros o ancianos, hombres o mujeres, fontaneros, catedráticos de universidad, abogados, arquitectos, residentes en Tel Aviv, Jerusalén o Haifa, tomando tan ricamente el sol en la playa  mientras miles de niños se mueren de hambre, sus padres acribillados tratando de conseguir un poco de comida?

No, no hay que echar miguitas de pan a las palomas ni sándwiches de salmón ahumado a las gaviotas. Demasiada confianza, demasiado olvido, demasiada pasividad  ya sabemos a dónde conduce, a repetir la historia.

 

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