NO
ECHAR PAN A LAS PALOMAS 28-07-2025
Es un dato irrebatible la progresiva y muy notoria
invasión de palomas observable en parques , jardines y viario de cualquier
ciudad española. Desvergonzadas, casi nos picotean los pies y ya hemos visto a
alguna osada ventilarse el bocadillo de algún despreocupado infante. Nos
sobrevuelan, nos gritan, nos asustan con su aleteo. Nos han perdido el respeto.
¡ Desagradecidas! Con la cantidad de miguitas de pan con la que les venimos
alimentando durante tantos y tantos años.
Mismamente, como hemos hecho con
los fascistas, nazis, populistas, semifascistas, seminazis, y semipopulistas. O
sea, con los fachas, término global que todos entendemos a la perfección. Y es
que también ellos- como las palomas- nos
han perdido el miedo. Graznan sus repugnantes eslóganes y apenas se nos mueve
un pelo cuando salen a la calle armados
de palos para matar moros o acabar con los maricones o las marimachos o disparan a matar cuando los famélicos gazatíes
salen a buscar un mendrugo de pan. Hemos bajado la guardia y como palomas
agresivas, ruidosas y envalentonadas, han logrado que lo irracional, lo salvaje, nos parezca casi
normal.
Si nos estrujamos un poco la sesera
podemos recordar que apenas si ha pasado un lustro, en el que las derechas
europeas planteaban un círculo de seguridad –cordón sanitario lo llamaban- para
impedir que los antidemócratas, los fanáticos de la extrema derecha, los émulos
de Hitler, Mussolini o José Antonio nos comieran por los pies. Tenemos todo el
derecho a pensar distinto, claman estos desalmados; a lo que responde de forma
certera y brillante José Antonio Marina
en su libro La Vacuna contra la estupidez: “El derecho a la
libertad de creencias protege al individuo que cree, no al contenido de la
creencia”. Vamos, que tenemos todo el derecho a despreciar las ideas de
estos malnacidos que abogan por doblarnos la cerviz a los demócratas, por excluir
a los pobres y llenar las alforjas de los ricos, por borrar la diversidad
racial o cultural y, en definitiva , volver al ideario nazi.
Es doloroso, sí, pero aún más lo es
la complacencia o la indiferencia de la sociedad civilizada que tiene ante sus ojos la
barbarie de los violentos agresores, pero cobarde y miserable, mira hacia otro
lado mientras sigue impertérrita sus rutinas , o peor, pueden algunos incluso dudar si merecemos esas agresiones ,
aunque sean verbales.
Los alemanes , que tienen
experiencia propia en nazismo, tienen una palabra interesante para estos
ciudadanos conformistas o ciegos que no quisieron ver los crímenes atroces del nazismo: Mitläufer. Pues
bien, toda Europa, todo Estados Unidos, todo El Salvador y, en grado
superlativo, todo Israel vive con ese término tatuado a fuego en la frente, Mitläufer.
¿Cómo definir a esos israelíes, jóvenes, maduros o ancianos, hombres o mujeres,
fontaneros, catedráticos de universidad, abogados, arquitectos, residentes en
Tel Aviv, Jerusalén o Haifa, tomando tan ricamente el sol en la playa mientras miles de niños se mueren de hambre,
sus padres acribillados tratando de conseguir un poco de comida?
No, no hay que echar miguitas de
pan a las palomas ni sándwiches de salmón ahumado a las gaviotas. Demasiada
confianza, demasiado olvido, demasiada pasividad ya sabemos a dónde conduce, a repetir la
historia.
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