viernes, 26 de septiembre de 2025

 

MÁS CAÑA                         6-06-2025

Irene Vallejo acaba de publicar un artículo sobre la importancia de las palaras en la vida pública y su adulteración. Evidentemente, con lo que está cayendo en España, servidor lo aplica a la actual tormenta de palabras utilizadas como armas  de destrucción por utilizar un término ya conocido.  Comienza la autora  citando El Libro de  Buen Amor  del Arcipreste de Hita  cuando dice : “Por una frasecilla se pierde un gran amor, por  una pequeña pelea nace un fuerte rencor; el buen hablar siempre hace de lo bueno, lo mejor, el mal hablar hace de lo malo, lo peor” . En efecto, estamos comprobando en España un día sí y otro también en las relaciones políticas en nuestro país cómo el lenguaje sube de tono y de agresividad. Se usan palabras y expresiones que forman parte de la estrategia de emponzoñar para crear sensaciones en la ciudadanía de que estamos ante un escenario insoportable y que sólo se puede salvar destruyendo algo y alguien.  

La cuestión es llamativa por cuanto las noticias hablan con datos recientes en las manos no sólo de que España va bien y los españoles con ella sino de que quienes vociferan no proponen nada y casi les molesta que les molestan que baje el paro, suban los cotizantes a Hacienda, baje la inflación, se pague menos por las hipotecas o que la inmigración esté cada día más integrada. No. Algunos practican eso tan leninista ( sí, de Lenin) de “ cuanto peor, mejor”.

Por desgracia en política- al menos en la política española de estos años – no hay adversidad , hay rencor; no hay discrepancias, hay odio; no hay alternativas , hay hostilidad. Hostilidad viene del latín  hostis que quiere decir enemigo. La política no se desarrolla en un ámbito institucional sino en un campo de batalla en que vale todo  y donde todo es todo con tal de que el adversario- convertido en irreconciliable enemigo- caiga, caiga como sea sin esperar a que las urnas se pronuncien.

Se trata de una estrategia peligrosa pues supone el abandono del intento de convencimiento a través de argumentos y razones. Se trata de vencer, no de convencer.  Piénsese que ahora mismo  para ganar elecciones no hay que hacer un programa sino extender sensaciones, emociones que sean fácilmente asimilables. En este punto justo es recordar aquello de “ programa, programa, programa “ del imán Julio Anguita, el profeta de tantas cosas por él advertidas.

En realidad los excesos tienen primero unos destinatarios clave que son la propia familia política, su rebaño de incondicionales a los que hay que mantener bien nutridos y con estas barbaridades de intensidad creciente con tal de mantenerlos unidos. “Más caña”, suelen pedir al líder los más entregados a la causa. Y el líder o la lideresa  se la da en forma de improperios. Pero no hay que olvidar que dichos excesos tienen también otros destinatarios que son los que están por medio, los que se encogen de hombros, los silenciosos, los equidistantes, gentes sencillas que no entienden nada de los que oyen y  pueden dudar y ser captadas como rehenes de quienes no forman parte de sus intereses como clase social. Ya se sabe : hay gentes de derechas , hay gente de izquierdas y gente cabreada por cualquier cosa , muy especialmente ahora por la vivienda y sus alquileres; pues a estos va dirigido el arreón de las palabras de estos días.

Atentos pues.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La estrategia adoptada es la de forzar, retorcer el lenguaje hasta el límite recurriendo a excesos verbales dirigidos con crudeza, sin pelos en la lengua a quien ostenta el poder legítimo con el objetivo de que caiga por aplastamiento de las palabras .  Hipérbole se llama la figura, que quiere decir exceso, amplificación exagerada de la realidad con objeto de darle mayor énfasis.

 

Por eso algunos lideres y lideresas políticos no hablan , enfatizan, dan titulares que otros rápidamente recogen y difunden, anatemizan, ridiculizan. En realidad es un menosprecio de la gente que escucha,  a la que parecen considerar lela, débiles mentales incapaces de distinguir un libelo de una verdad, de diferenciar un eslogan de una idea.

 

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