MÁS CAÑA
6-06-2025
Irene
Vallejo acaba de publicar un artículo sobre la importancia de las palaras en la
vida pública y su adulteración. Evidentemente, con lo que está cayendo en
España, servidor lo aplica a la actual tormenta de palabras utilizadas como
armas de destrucción por utilizar un
término ya conocido. Comienza la autora citando El Libro de Buen Amor
del Arcipreste de Hita cuando dice
: “Por una frasecilla se pierde un gran amor, por una pequeña pelea nace un fuerte rencor; el
buen hablar siempre hace de lo bueno, lo mejor, el mal hablar hace de lo malo,
lo peor” . En efecto, estamos comprobando en España un día sí y otro también en
las relaciones políticas en nuestro país cómo el lenguaje sube de tono y de
agresividad. Se usan palabras y expresiones que forman parte de la estrategia de
emponzoñar para crear sensaciones en la ciudadanía de que estamos ante un
escenario insoportable y que sólo se puede salvar destruyendo algo y alguien.
La cuestión es llamativa por cuanto
las noticias hablan con datos recientes en las manos no sólo de que España va
bien y los españoles con ella sino de que quienes vociferan no proponen nada y
casi les molesta que les molestan que baje el paro, suban los cotizantes a
Hacienda, baje la inflación, se pague menos por las hipotecas o que la
inmigración esté cada día más integrada. No. Algunos practican eso tan
leninista ( sí, de Lenin) de “ cuanto peor, mejor”.
Por desgracia en política-
al menos en la política española de estos años – no hay adversidad , hay
rencor; no hay discrepancias, hay odio; no hay alternativas , hay hostilidad.
Hostilidad viene del latín hostis
que quiere decir enemigo. La política no se desarrolla en un ámbito
institucional sino en un campo de batalla en que vale todo y donde todo es todo con tal de que el
adversario- convertido en irreconciliable enemigo- caiga, caiga como sea sin
esperar a que las urnas se pronuncien.
Se trata de una estrategia
peligrosa pues supone el abandono del intento de convencimiento a través de
argumentos y razones. Se trata de vencer, no de convencer. Piénsese que ahora mismo para ganar elecciones no hay que hacer un
programa sino extender sensaciones, emociones que sean fácilmente asimilables.
En este punto justo es recordar aquello de “ programa, programa, programa “ del
imán Julio Anguita, el profeta de tantas cosas por él advertidas.
En realidad los excesos
tienen primero unos destinatarios clave que son la propia familia política, su
rebaño de incondicionales a los que hay que mantener bien nutridos y con estas
barbaridades de intensidad creciente con tal de mantenerlos unidos. “Más
caña”, suelen pedir al líder los más entregados a la causa. Y el líder o la
lideresa se la da en forma de
improperios. Pero no hay que olvidar que dichos excesos tienen también otros
destinatarios que son los que están por medio, los que se encogen de hombros,
los silenciosos, los equidistantes, gentes sencillas que no entienden nada de
los que oyen y pueden dudar y ser
captadas como rehenes de quienes no forman parte de sus intereses como clase
social. Ya se sabe : hay gentes de derechas , hay gente de izquierdas y gente
cabreada por cualquier cosa , muy especialmente ahora por la vivienda y sus
alquileres; pues a estos va dirigido el arreón de las palabras de estos días.
Atentos pues.
La estrategia adoptada es la
de forzar, retorcer el lenguaje hasta el límite recurriendo a excesos verbales
dirigidos con crudeza, sin pelos en la lengua a quien ostenta el poder legítimo
con el objetivo de que caiga por aplastamiento de las palabras . Hipérbole se llama la figura, que quiere
decir exceso, amplificación exagerada de la realidad con objeto de darle mayor
énfasis.
Por eso algunos lideres y
lideresas políticos no hablan , enfatizan, dan titulares que otros rápidamente
recogen y difunden, anatemizan, ridiculizan. En realidad es un menosprecio de
la gente que escucha, a la que parecen
considerar lela, débiles mentales incapaces de distinguir un libelo de una
verdad, de diferenciar un eslogan de una idea.
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